La muerte, la mazamorra y Michael Jackson se agrupan a un costado del río. También, imanes para el refrigerador con forma de frutas (si son plátanos atraen el dinero, si son fresas, el amor), canillitas vendiendo caramelos, una pareja de enamorados y un par de cómicos ambulantes con globos simulando tetas. Todos reunidos como queriendo resumir el mundo en la Alameda Chabuca Granda un domingo por la noche.

Una escultura de color rojo representa a Chabuca. Hacia un costado se escucha al río Rímac, hacia el otro, Beat it. Michael Jackson hace el moonwalk rodeado por un círculo de gente. Cada círculo anuncia un espectáculo y hay cinco o seis distribuidos a lo largo de la alameda. Uno de éstos concentra más público que los demás, en el medio, un anciano acaba de morir mientras bailaba. Una mujer llora a su costado. El resto observa. Los chatos se apoyan sobre la punta de sus pies y un niño le insiste a su madre que lo cargue porque no puede ver, esta accede. El olor a mazamorra invade la escena. Desde allí, se puede comprar una con dar cinco pasos. Dando siete, se pueden comprar aretes o unos imanes para la refri. Suena Billie Jean (she’s just a girl).

A pocos metros, las pantorrillas peludas de unos cómicos ambulantes se dejan ver debajo de sus vestidos de colores fosforescentes. Arrancan carcajadas del público mientras hacen una fono-mímica. Ese hombre que tú ves ahí, que parece tan galante… La alta escultura de Chabuca, como virgen de pueblo, se puso a llorar.

En 1953, el grupo musical Los Chamas -que nada tiene que ver con la empresa de transporte público limeña, aparentemente- grabó el tema con el que María Isabel Granda y Larco alcanzaría la fama y reconocimiento masivo como compositora. Cincuenta años después, sobre lo que fue un mercado, se construiría esta alameda en su honor. En su honor, también, la compra de un vasito descartable de arroz con leche incluye canela en polvo. No obstante, el plato predilecto de la mayoría es la alita bróster acompañada de papas fritas y de entre 3 a 6 cremas. Estas dependen del puesto de comida elegido y la elección del comprador que, si desea, también puede añadir canela en polvo.

Pasan, interrumpiendo los aromas del aceite, las alitas, el dulce y la canela, varios grupos de hombres que, para un ojo inexperto, podrían ser extras de alguna película de semana santa. Sin embargo, su paso lento y mirada firme remiten al asceta, monje de monte oriental o al stárets Zosima que todos guardamos en nuestro imaginario. Son fieles seguidores del fallecido –pendiente de resurrección- Ezequiel Ataucusi; miembros de la Asociación Evangélica Israelita del Nuevo Pacto Universal (AEMINPU). Uno de ellos lleva, colgada del pecho, una radio con entrada para USB y un micrófono. Espera a que el grupo se reúna y enciende el artefacto. Las luces de sus parlantes cambian de colores y se empieza a escuchar un sermón. Se acerca el micrófono a la boca y mueve los labios en sincronía, casi perfecta, con la voz grabada del predicador. Todos miran atentos.

Casi al final de la alameda se han instalado pequeños círculos de debate donde se discute la existencia de un dios, la poca concordancia entre el discurso y la práctica católica, entre otros temas. Uno de estos está protagonizado por uno de los miembros de la AEMINPU; discute con un hombre parecido a Ribeyro, pero más triste. A unos metros, una mujer de unos cincuenta años, con un polo blanco de una marca de detergente, le explica concienzudamente a un joven los orígenes de la biblia y las diversas modificaciones por las que ha pasado antes de llegar a la versión actual. Por la cara y el silencio del interlocutor, lo expuesto por esta señora, cigarrillo en mano, desbarató su esperanza de que lo escrito en ese libro sea la palabra de su dios. Perdió la fe como quien pierde un encendedor. Un tercer debate tiene a unas ocho personas agrupadas alrededor de los dos participantes. En medio de ambos, en primera fila, observa un loco. Viste un polo demasiado viejo para servir de trapo que acaba de manchar con la mezcla de cremas que chorrea de la alita bróster que sostiene con su mano derecha. Se ríe mientras hace muecas exageradas y escucha con atención. Las risas se hacen cada vez más estridentes y el debate tiene que ser interrumpido.

Los cómicos hacen su última rutina, ha llegado una ambulancia a llevarse al muerto, Michael Jackson repite el repertorio, el sermón de la Asociación Evangélica Israelita del Nuevo Pacto Universal ha terminado, se acabó el rocoto para las alitas y la escultura de Chabuca llora sangre a chorros, seguro porque se acabó el rocoto.

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