*Publicado en La Primera
EL FINAL
“Estamos aquí para desaprender las enseñanzas de la iglesia, del estado y nuestro sistema educativo. Estamos aquí para tomar cerveza. Estamos aquí para matar la guerra. Estamos aquí para reírnos del destino y vivir tan bien nuestra vida que la muerte tiemble al recibirnos”.Cartero (1971)
En la mañana de un miércoles 9 de marzo de 1994, la muerte, personaje central descrito como un “glorioso vértigo de carne” en su última novela, no aguantó más y se largó con Charles Bukowski al infierno que no existe.
Después de gastar la mitad de su vida en trabajos que nunca quiso y de consagrar la otra mitad entre cerveza y whisky, que llegara a los 73 años puede considerarse una pataleta del azar, la lotería de babilonia recordando que estamos fijos en ella.
Dueño de una prosa de oraciones cortas como jabs de boxeador borracho y honesto directos a la quijada del lector desprevenido (y cómo no, si escribir a máquina es boxear con los dedos), no colgó los guantes incluso luego de ser diagnosticado con leucemia, con más de siete décadas sobre la espalda.
Prueba de ello es que terminó Pulp, su última novela, después de varias sesiones de quimioterapia que lo mantuvieron en el hospital gran parte de 1993.
En el cementerio Green Hills Memorial Park de California, la lápida que marca el territorio preferido por los peores gusanos lleva grabada una frase que confirma la sospecha que subyace a la lectura de Bukowski: “Don’r try” (“No lo intentes”). Antítesis de todos de los discursos de la época moderna y advertencia de lo inútil, salvaje y feliz que resulta despertarse todos los días.
En sus palabras, “un pesimismo optimista”. Algo parecido a la felicidad porque, a pesar de lo que el análisis superficial puede suponer, Charles no era un desdichado. La conciencia del vacío y de su situación le permitía reiniciar el juego de ajedrez a su antojo, como solía relatar.
“Si estás perdiendo el alma y lo sabes, entonces tienes otra alma para perder”.
Quizá gracias a esta facultad hoy hablamos de Bukowski y no de un suicida anónimo. Facultad aplicada, además, siempre con humor, como evidencia lo narrado por una de sus amigas, Tina.
Una noche de mediados de los 70, tiempo en el que escribía su columna “Escritos de un viejo indecente” en Los Angeles Free Press, bebía con sus amigos Brad y Tina Darby (el administrador de un sex shop y su novia, una stripper). Les dijo que todo escritor que se preciara debería estar dispuesto a comerse sus palabras, lo que aconteció después es explicado por Tina: “Se comió un ejemplar de Free Press entero y luego vomitó en mi alfombra”.
EL INICIO
“Juego de niños, eso es todo lo que hace la gente, juego de niños. Van del coño a la tumba sin que les roce siquiera el horror de la vida”Púrpura como un iris
Su padre, un sargento estadounidense, trabajaba como civil en Alemania cuando se casó con la madre del escritor, una costurera del lugar.
Heinrich Karl Bukowski, como lo bautizaron entonces, nació en Andernach, un pueblito al norte de Frankfurt y a la orilla izquierda del Rin, el 16 de agosto de 1920. Tras el colapso de la economía alemana, en 1923, la familia migró a Estados Unidos.
Se instalaron en California, lugar donde Bukowski pasó casi toda su vida. Luego de una niñez afectada por la severidad de los castigos de su padre, su adolescencia llegó acompañada de un inclemente caso de acné que marcó su forma de relacionarse con el resto del mundo.
“Mi cara estaba llena de granos del tamaño de pequeñas manzanas. Era ridículo e increíble. “El peor caso que he visto en mi vida” dijo uno de los doctores, y era bastante viejo”.
Con una realidad tan poco atractiva, se fascinó por la literatura apenas la descubrió. Entonces llegó a sus manos la novela de Jhon Fante, “Pregúntale al polvo”, situada en las calles donde creció. La observación de la amalgama entre realidad y ficción (algunas de las escenas transcurrían en la acera frente a la biblioteca donde encontró el libro) motivó su afán por acumular experiencias para tener algo qué escribir.
Luego de varios fracasos laborales, producto de su casi nula capacidad de compromiso, y del abandono de su novia a causa de una úlcera que le impediría volver a trabajar por un tiempo, iniciaron los primeros triunfos de su prosa y poesía.
Bukowski, que había vivido hasta entonces como un fracasado (caprichosos cánones sociales de por medio), recuperaría el tiempo perdido con empeño. A finales de los años 70, su número empezó a aparecer en un listín telefónico de Hollywood. No lo cambió. “(…) seguiré en el listín/de Pacific Telephone/hasta que haya follado más o menos/como cualquier hombre de mi edad”.
No existen datos precisos de si satisfizo o no la totalidad de sus postergadas necesidades sexuales; sin embargo, con seguridad podemos afirmar que la literatura le bastó para sortear con comodidad todas las demás.
Ya sin hambre y con dinero para alcohol, la fama siguió alimentando su legión de admiradores y cada borrachera pública y escandalosa multiplicaba la venta de sus libros. Algo así como la farándula peruana pero con literatura en lugar de Karma de Carabayllo. Acababa de nacer el personaje y maldito preferido de finales del siglo. El último.