El álbum del Mundial Argentina 78 agrupó las fotos del Cholo Sotil, Chumpitaz, Cubillas, Quiroga, Oblitas, Muñante y todos esos nombres que ahora nos hacen mirar al horizonte con cara de solemnes.
Las imágenes parecen más reales que las de ahora. Los peruanos en el álbum achinan los ojos golpeados por el sol; el Cholo Sotil aparece sudando. Las fotografías fueron hechas en el Estadio Deportivo de Cali, en Colombia, antes de uno de los partidos que clasificó a la selección al Mundial de Argentina. A Sotil se la tomaron después, está claro.
En la primera fecha de la página peruana se lee “Perú-Escocia. Lugar: Córdoba”. La ciudad argentina nació en 1573 como un refugio para que los españoles se protejan de los indígenas, para proteger a los europeos de los sudamericanos, para que Perú no le haga tres goles a Escocia.
Salomón Lerner Ghitis, exprimer ministro, tenía entonces 32 años y unos cuantos amigos frente al televisor cuando Perú iba ganando por dos goles a uno. El primero fue escocés; luego llegó la remontada peruana. El dos a uno, más que tranquilidad por el triunfo, generaba ansiedad por el posible empate.
Segundo tiempo del partido. Nos hacen falta al borde del área. Lerner al borde del sillón. Perú reclama que fue dentro, que es penal; el árbitro, necio como árbitro, dice que no.
Con los nervios puestos en el partido, Lerner se alejó del recuerdo de otro encuentro de la selección, triste, que tuvo que cubrir desde la cancha como periodista deportivo el 24 de mayo de 1964, cuando tenía 18 años, y en el Estadio Nacional murieron más de 300 personas asfixiadas por unas bombas lacrimógenas y unas puertas cerradas, en una historia que ya todos, o casi todos, conocemos.

"El gol que más he gritado en mi vida"
Lerner trabajaba en Radio Continente, en la avenida Manco Cápac, en lo que ahora debe ser un chifa o un locutorio, cuando lo mandaron a cubrir el partido convertido en tragedia. Los periodistas y jugadores se fueron de la cancha y del estadio sin tener idea de lo que estaba ocurriendo dentro.
Su etapa de periodista deportivo no duró mucho. Catorce años después, Lerner está al borde del sillón mientras en Córdoba el árbitro planta la pelota al borde de la esquina izquierda del área. Sotil, Cubillas y Muñante rodean el balón y conversan entre sí mientras el arquero escocés acomoda la barrera. En la casa de Lerner no vuela una mosca.
Muñante, secreto y cómplice, agachado y caleta, como para que nadie lea sus labios, habla con el Nene Cubillas, que retrocede un paso. Muñante lo coge del brazo sin modificar la extraña posición de su cuerpo. Repite el discurso, pero esta vez lo enfatiza moviendo los brazos como si rezara, como rogándole milagros al dios del fútbol, un dios enano que vive en el césped.
Después de la insistencia, Muñante parece estar satisfecho y Cubillas retrocede tranquilo, como siempre. Las moscas no vuelan en la casa de Lerner porque están viendo el partido.
Con la barrera posicionada y todos los jugadores listos, el árbitro sopla su silbato. Muñante, desde la izquierda, se acerca de tres zancadas al balón. No patea.
Pasa por encima de la pelota y algunos defensas caen en la finta. De inmediato, el Nene Cubillas llega al balón de frente, sin ángulo y patea con el pie derecho, a tres dedos. El balón parecía estrellarse contra la barrera que cubre todo el lado izquierdo del arco, pero no. Pasa por la izquierda, hace una ligera curva y se dirige a la esquina superior del arco.
Es absurdo; las pelotas que llegan a ese lugar, desde un tiro libre pateado desde el lado izquierdo de la cancha, pasan por encima de la barrera o por la derecha (para curvarse luego hacia el lado contrario); nunca por la izquierda, nunca con tres dedos, nunca en un mundial.
El arquero cubre el lado contrario, como es lógico, y está demasiado lejos del balón que acaba de patear Cubillas, que acaba de pasar la barrera y acaba de sacudir la red.
El público en el estadio Olímpico de Córdova, Cubillas, Muñante, Sotil, Chumpitaz, Oblitas, Quiroga, la gente de Radio Continente, los dueños del chifa que hoy ocupa el lugar de Radio Continente, los dueños de chifas en general, Salomón Lerner, los amigos de Salomón Lerner, las moscas en la casa de Salomón Lerner, las moscas en el resto del Perú y el resto de peruanos, gritan eufóricos por una pelota de cuero en medio de tres barrotes de metal. Absurdo y maravilloso, como vivir, pero mejor.
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